Pese a las múltiples ligazones, la Argentina no es Italia. Allí los habitantes mantienen un altísimo consumo de pastas (26 kilos anuales por habitante) por razones culturales. Aquí, en cambio, es costumbre que el consumo crezca por motivos económicos: cuando comienza a escasear el dinero en los hogares, los fideos actúan como un refugio.
Dicho esto, el dato es que el consumo por argentino de pastas secas creció 6,7% en 2013 y superó por primera vez en la historia los 8 kilos por año.
Según un informe de la Unión de Industriales Fideeros (UIFRA), que agrupa a los fabricantes argentinos de pastas secas, el consumo doméstico promedio cerró el año pasado en 8,27 kilos/año/habitante, contra 7,75 kilos registrados en 2012 y los 7,13 kilos de 2011. Es decir, en el lapso de dos años cada argentino añadió en promedio a su dieta más de 1 kilo de fideos. ¿Es bueno? ¿Es malo? Los especialistas saben que el consumo de este tipo de alimentos crece en tiempos de crisis y se reduce en momentos de bonanza económica. Un buen plato de fideos rinde mucho más frente a otras alternativas.
La estadística oficial sobre el consumo de pastas es discontinua y difícil de hallar. Pero un viejo informe del Ministerio de Agricultura sobre ese sector mostraba que durante la crisis de 2001 y la devaluación de 2002 el consumo de pastas secas también había crecido de modo acelerado, casi 11% considerando el bienio. En aquel momento cada argentino llegó a consumir 7 kilogramos anuales.
Luego, con la reactivación y el crecimiento económico, el consumo bajó a 6 kilos anuales en 2004.
La Argentina, de acuerdo con los datos de la UIFRA, está en el 11° puesto en el ránking de países productores de fideos, donde descolla Italia con 25% de la producción mundial. Allá se producen 3,3 millones de toneladas anuales de pastas. Aquí unas mucho más modestas 352.061 toneladas. De ese volumen solo se exporta cerca del 10%, en promedio.
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